El caraqueño Manuel Ferreño, de 22 años, partió de su país con una maleta llena de sueños y dólares que no le aceptaron buscando un país donde lo traten con dignidad y sin jurungarlo en alcabalas, y en el aeropuerto se consiguió con su amigo de la infancia Fernando Manzano, quien regresaba de Perú buscando que en Venezuela sí lo traten como un ser humano.