VENEZUELA, EN SU ETAPA CULMINANTE
Junto al Joropo, los Diablos de Yare y al carajo que maneja por el hombrillo a 200 kilómetros por hora, la Telenovela es, sin lugar a dudas, uno de los productos culturales que mejor reflejan el gentilicio venezolano. Aunque no es un invento criollo (la primera Telenovela fue Brasileña) fuimos diligentes al añadirle todo el populismo y melodrama de clases que cabe a la hora de la cena. El villano de “El Derecho de Nacer”, nuestro primer super hit internacional, es un hombre adinerado que intenta matar al bebé indeseado de su hija. Al niño lo salva una “criada”, y al crecer termina salvando la vida al abuelo. Entretenimiento light, pues.
La característica del género que nos trae hoy acá tiene que ver menos con el contenido propio de la telenovela, y más con la forma como solían anunciar estos enlatados en los 80s y 90’s. Era usual en las campañas promocionales de Venevisión y RCTV decir que la Telenovela estaba en su “Etapa final” o “Etapa cumbre”, generando expectativa y ansiedad de que todas las apuestas de la trama están en su punto más álgido. Pero estas etapas finales no eran de días, ni semanas, los canales podrían durar meses anunciando esa etapa final. Y los venezolanos, pegados a los televisores, sentían que no podían perderse este evento cumbre. Era como un FOMO prehistórico, en blanco y negro.
Tras 25 años de chavismo, los canales que producían esas telenovelas fueron cerrados por el gobierno o desdibujados por la crisis y el drama de salir del chavismo se convirtió en la trama central de nuestra existencia; en otras palabras, la política se convirtió en nuestra telenovela. No hay tiempo ni oxígeno para dramas prefabricados cuando hay un preso político, gente que hizo locuras como atravesar una selva o un páramo a pie o exiliados en la familia. Curiosamente, quienes están fuera del país siguen la política venezolana con intensidad, mientras que quienes siguen dentro lo hacen con sigilo, en la mesa de la casa, pero rara vez en público.
Y, para muchos, como tu tío que vive pegado al Whatsapp o al papá que vive oyendo audios de dudosísima procedencia en redes sociales, nuestro drama político llega hoy a su punto culminante. Con los barcos de Trump estacionados en el Caribe, decenas de supuestos periodistas, pseudo analistas de X, expertos de la traducción selectiva de Truth Social (la red social de Trump), hacen su agosto anunciando el GRAN FINAL. Vender esperanzas parece ser un buen negocio, un poco con esa mentalidad de secta de que si todos lo creemos al mismo tiempo, si todos manifestamos el fin del chavismo, entonces “va a pasar”. Pero el trabajo del Chigüire no es vender esperanza, ni humo a descuento, ni caer en seducciones políticas. Menos aún el 28 de Diciembre.
No sabemos si realmente estamos ante el fin del chavismo o en el choque simultáneo de varios finales que están pasando por debajo de la mesa, mientras otros celebran antes de tiempo. Entre tanto humo, audios exaltados y mapas con barcos en el Caribe, quedan sin revisar asuntos menos épicos pero determinantes: el agotamiento del elenco opositor, el cambio de reglas en nuestra relación con Estados Unidos y ese vaivén emocional tan nuestro que confunde esperanza con euforia. Nada de eso entra en el discurso de quienes ya están borrachos de proyecciones mágicas. Pero ahí es donde está el verdadero nudo de la historia, veamos.
ETAPA CUMBRE DEL CICLO OPOSITOR
Hace más de quince años, cuando nació esta página, el liderazgo opositor se escogió a dedo, en cogollo, con acuerdos entre élites que se presentaban como inevitables. Rosales fue eso: un candidato funcional, no necesariamente brillante, que al menos sabía que las islas estaban rodeadas de agua. Luego vino el giro aspiracional de una nueva generación: las primarias, Capriles ganándose el enamoramiento colectivo, El Flaco que no pudo con la maquinaria autoritaria.
Después nos cansamos del ritual electoral y apostamos al choque: la protesta como método de cambio. Leopoldo, La Salida, la épica de la calle, el sacrificio como estrategia. El país aprendió, a un costo altísimo, que el régimen podía resistir la presión sin romperse, y que el héroe preso no era garantía de desenlace.
Entonces vino el péndulo inverso: ni voto ni negociación, el vacío estratégico que desemboca en el interinato. Guaidó aparece como síntesis de todo lo anterior y, a la vez, como algo nuevo: una salida con un barniz constitucional, legitimidad parlamentaria, apoyo internacional, Trump en su primera administración dice “todas las opciones están sobre la mesa”. Ese momento fue también el ciclo final de Leopoldo, que aprovecha la ventana del fallido movimiento militar de Abril de 2019 para salir de la cárcel. El que más ganó de todo ese desmadre.
Y ahora, agotado casi todo el cast de nuestro plantel, le dimos la oportunidad a la persona que más sabía del tema electoral, a quien fue consistente, metódica, obsesiva incluso: María Corina Machado, emparejada con Edmundo González Urrutia, el diplomático de carrera, genérico, viejito, prácticamente preparado para no ser protagonista. En términos prácticos esta estrategia llegó más lejos que cualquier otra: se ganaron unas elecciones y lograron demostrar el triunfo, también el fraude. Y el liderazgo natural sigue residiendo allí. No hay, que se sepa, una generación de relevo clara en la oposición. No hay un cast B esperando tras bastidores. Esto, para bien o para mal, se siente como la última carta de este elenco opositor.
UN CAMBIO EN LA RELACIÓN CON EEUU
El segundo arco que está en pleno pivote es el ciclo con Estados Unidos, que también parece cerrar una vuelta completa.
Pasamos por Mr. Danger, por Obama, sus comunicados impecables y sus acciones tímidas, hasta llegar al Trump de 2017-2021, donde decidimos no negociar nada con Maduro, ni participar en elecciones en 2018. Comprensible porque simplemente no había condiciones. Esa decisión dejó el terreno fértil para la aventura del interinato en 2019 y la fantasía permanente de la intervención inminente. Con Biden el enfoque fue otro: negociar, conceder, intercambiar. Licencias a Chevron, liberación de los narco sobrinos, de Alex Saab. El objetivo era claro: crear condiciones mínimas para unas primarias y luego unas elecciones con un candidato “potable” para ambos bandos. Y, hay que admitirlo, todo parecía bien, al menos en el papel. Hubo primarias y elecciones; hasta que Maduro decidió ignorar los resultados. Edmundo sale del país y se toma una foto con Biden, algo que podría ser costoso a futuro, porque viene otro giro de timón en EEUU.
La segunda administración de Trump aparece entonces como una nueva oportunidad en nuestro guión. El lobby venezolano en DC logra vender otra vez la idea de que ahora sí, Maduro es “asustable”, Maduro puede salir con una amenaza, con unos aviones pintando palomas frente a la costa venezolana, si les hablamos del coco podría ocurrir el bendito quiebre interno. Marco Rubio escucha; porque en sus cálculos lee que cayendo Caracas, cae más atrás La Habana. Stephen Miller (el principal asesor en temas migratorios de Trump) escucha, porque en sus cálculos todo esto puede desembocar en una guerra con Venezuela, y eso le permite deportar cientos de miles de venezolanos de EEUU. Trump, claramente, quiere acceder a las reservas petroleras de Venezuela y ganarle a China. Pero el tablero es más complejo que en 2019. Y aquí está el quiebre más delicado: por primera vez, la oposición venezolana se alinea al 100% con un solo bando político en Estados Unidos: los republicanos.
Hasta ahora, con mayor o menor torpeza, la oposición y sus operadores en Washington había logrado manejar el tema Venezuela como un asunto bipartidista con matices, sin meterse de lleno en la política interna estadounidense, eso hacía los puentes con Washington más estables. Hoy eso es mucho más difícil. Cuando María Corina sugiere en una entrevista televisada que el Gobierno de Venezuela participó activamente en un fraude en las elecciones de Estados Unidos de 2020 (o sea, que a Biden ganó esas elecciones con trampa), no solo está acercándose al entorno de Trump; está cerrándose las puertas a futuro con cualquier administración demócrata por venir. El tema Venezuela pasa a ser, cada vez más, un tema de la agenda republicana. ¿Saldrá bien? No lo sabemos. Pero es una apuesta alta, sin red.
NUESTRA ESPERANZA CULMINANTE
El último ciclo, el más incómodo de analizar y el que los vendedores de humo prefieren esquivar, es el juego delicado de nuestra propia esperanza.
Los venezolanos tenemos una relación tóxica con la esperanza, casi bipolar. Pasamos del foso y de la depresión, al éxtasis por una noticia, de la apatía a darle 20$ a un mercenario internacional por GoFundMe. Una foto hecha con ChatGPT nos puede hacer el día. Esta coyuntura, como tantas otras, nos vuelve a poner frente a la sensación de “si no es ahora, es nunca”. La intensidad es real, el agotamiento también. Pero la frase no es nueva. La hemos dicho muchas veces antes. Demasiadas.
Y, sin embargo, de una manera bizarra, casi inexplicable, siempre terminamos creando nuevas circunstancias, nuevos intentos, nuevas oportunidades. No porque seamos estratégicamente brillantes, sino porque la alternativa, rendirse del todo, nunca termina de cuajar.
Nuestro trabajo no es anunciar finales que no controlamos, menos aún un 28 de diciembre. Pero tampoco es fingir que nada está pasando. Tal vez no estemos en la gran etapa final del chavismo. No lo sabemos. Nadie lo sabe. Tal vez estemos en el final de temporada de varios ciclos a la vez. Y como toda buena telenovela venezolana, eso no garantiza un cierre feliz, pero sí un cambio de elenco, de tono… o al menos, de ilusión.