La primera cita: crónica de un joven buscando visa americana

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La primera cita: crónica de un joven buscando visa americana


Este artículo fue escrito por Elio Casale, uno de los principales colaboradores del Chigüire Bipolar y creador del Blog «Cagaepaís» y podrás leerlo en la nueva edición de la revista Marcapasos.

Me paré a las 3.30 am de un brinco, con el primer timbrazo del despertador, creo que la emoción me impidió quedarme un segundo más en la cama. Total, tampoco había podido dormir más de media hora seguida. Me desperté varias veces sobesaltado. Bueno, una vez fue para hacer pipí, pero creo que fue también cosa de la misma emoción.

A pesar de que anoche me había bañado antes de acostarme, me metí de nuevo a la ducha, me afeité contra la barba para que fuera más al ras, me puse gel para peinarme, after-shave y colonia y la camisa nueva de Zara que compré especialmente para esta ocasión. Hacían juego perfecto con unos pantalones khaki de pinza y mis zapatos de vestir, y aunque era nueva -¿ya se los había dicho, verdad?- le había pedido a mi mamá que me la dejara planchada la noche anterior. Nada podía estar de más hoy, todo tenía que salir perfecto. No es para menos: después de tanto esperar la cita más importante de mi vida, por fin había llegado el gran día. El día de mi cita para la visa de turista en la Embajada Americana.

Estacioné mi Fiat Uno lejos, en el único lugar disponible, y caminé despacio los 400 metros para no llegar muy sudado. Sí, apenas las 4:45 am y hace más bien frío, pero no lo siento, no siento nada, sólo esta excitación con cada paso de la bajada que me lleva al sitio donde mi sueño se hará realidad. ¿Se imaginan? ¡Ver a Madonna en Miami e ir al Sawgrass Mall a comprar la ropa de diciembre!

Para mi sorpresa, había una gran cantidad de gente desde muy temprano haciendo la cola. Pero coño, también la gente es una vaina: todos mal vestidos, con chemises, en bluejeans… Como si fuera un día cualquiera, un día de clases, un día de trabajo. Después se quejan cuando los rebotan. Seguro esos son los que mis amigos siempre critican, los típicos venezolanos de siempre, los que le tiran piedras al Imperio pero apenas agarran vacaciones se largan a Disney, a “Mayami”, a cruzar las calles por cualquier lado, a montarse al avión de regreso con 10 maletas de más, con sobrepeso, y aplauden cuando el avión aterriza. ¡Qué pena!

Por todo este rollo de las bombas y las amenazas, me hicieron dejar mi iPod y mi celular con un señor que los cuida. Bueno, hay que pagarle 5 mil para que los cuide. Ojalá no les pase nada. ¿Cómo hace uno para meter una bomba en un celular?

¡Qué envidia! Todo el mundo espera sentado, nadie se colea. Mientras espero que pase mi grupo, reviso una y otra vez mi carpeta. Original y copia de constancia de estudios, listo. Original y copia de mis estados de cuenta, listo. Menos mal que mi mamá tenía la platica de la jubilación guardada y que me la pasó a mi cuenta, qué pana mi mamá. Original y copia del pasaporte, listo. Original y copia del pasaje, listo. Original y copia del vouche del Provincial, listo. Las planillas, listo. Las reviso otra vez para chequear que nada se haya pelado. Las fotos, listo. Salieron de pinga, el corte de pelo antes de tomármelas fue un éxito. La plata para Domesa después… listo.

Todo el mundo me ha dicho que esto de la visa es una lotería, que depende del humor del funcionario. Pero esa es paja de tercermundista, eso lo dicen porque van siempre pendientes de caerles a mentiras, de engañarlos y ahí mismo los agarran y los rebotan. A los gringos les va bien porque todo lo hacen correcto, si uno va con la verdad por delante nunca hay problema. Estoy seguro de eso. Yo tengo todos mis documentos al día, es imposible que me vaya mal.

Ahí vamos. Justo a la hora, ¡qué organización, qué seguridad, qué envidia!

Nos revisan de nuevo. Pasamos por detectores de metales, me hicieron quitarme la correa, las llaves, los lentes, los zapatos. Falta tan poco para llegar… ¡apenas metros me separan de ti, Aventura Mall!

Mentira, hay que hacer otra cola. Y esta no es como afuera, sentadito todo el mundo. Todo el mundo paga plantón. Está empezando a llover y aunque el pasillo es techado, la lluvia me está echando a perder el peinado, siento como el gel me chorrea por el cuello. La cola rueda, pero lento.

Por fin pasé. El lugar es tal cual como me lo había contado Luis: parece un banco en lugar de una oficina pública. Me vuelven a pasar por el detector de metales, me tengo que volver a quitar todo lo de metal. Que ladilla, otra cola más. Por la taquilla 9.

Gracias a Dios la cónsul es una tipa. El pana de la taquilla 8 tiene cara de culo. Esta es amable, sonríe al menos, y a pesar del uniforme es una chama linda. Me la imagino en spring-break, subiéndose la franela como en Wild On. Seguro lo hace, tiene cara de sinvergüenza, de rochelera: eso es una buena señal. A la señora que está adelante, la del niñito que llora, la atendió, le hizo una morisqueta al chamín y ahí mismo dejó de llorar. A la mamá la rebotó, y ella si se fue llorando, pero ni modo. Seguro no tenía sus papeles en regla. Ahí se les nota el primer mundo, esta gente si esta entrenada para atender a la gente.

Mi turno.

– Hola, buenos días. Tus planillos, por favorrrr. La DS-156 primero.
– Hi, good morning! –hay que romper el hielo, ser franco, directo, causar buena impresión, demostrar que uno es educado, culto.
– ¿Estados de cuenta de bancou?
– Aquí tiene, señorita. -¿te imaginas que uno se levantara a la gringuita esta? ¡Me caso de una! Me sudan las manos, tranquilo, Robert, tranquilo.
– ¿Trajou las fotos?
– Sí, aquí están. –¡Si me pidieron las fotos estoy listo, campeón!
– ¿Reservación de hotel?
– Ehhh… Este… yo me voy a quedar con un amigo.
– ¿Tiene su dirección?
– Ehhhh… este… no.
– Okey, así no puedo aprobar su visa. Su solicitud ha sido denegado.
– ¡Pero yo tengo aquí mi pasaje, mi constancia de estudio, mi título, un recibo del gas, la preinscripción para el curso preuniversitario!
– Siguiente en el cola. Next, please.

Malditos gringos de mierda.

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