Llanero desconoce que su ropa sería hipster en Caracas

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Llanero desconoce que su ropa sería hipster en Caracas

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El señor Jairo Domínguez, una llanero de Barinas mejor conocido por sus dos amigos como «el Taita», lleva los últimos 10 años usando una vestimenta sin saber que la misma sería considerada como “hipster” en las principales ciudades del país.

“¡Ave María Purísima, mijo, sin pecado concebida! Yo cargo estos harapos como desde el año 99. Esta ropa era de mi tío Cristóbal, que en paz descanse; él murió en una pelea a machetes por allá en Elorza, cuando yo era un carajito. Yo lo vide cuando lo mataron: una jodía de una mujé y unos toros coliaos, eso fue un sangrero, normal pues. Pero el otro día llegó a la finca una muchacha de Caracas, la hija del caporal, y me dijo: «¡Adios, Taita! ¡Con esa ropa pareces un ‘jinster’! ¿Jinster? No jile, yo ni sé que es eso; pero si se visten como yo me imagino que son buena gente… trabajadores. Será que se compusieron, porque enantes esa gente de Caracas se vestía como unos patiquines mariposones malamañosos. Hasta zapatos usaban, ¡jum!” comentó el señor Jairo al momento de lucir un look bastante folk de pantalones arremangados, camisa de jean y una especia de fedora-hat artesanal.

Pero al enterarse en realidad de lo que es un hipster, el señor Jairo aprovechó la oportunidad para desacreditar al movimiento. “Antes de regresarse pa’ la ciudad, la muchacha me dejó de regalo este par de lentes. Eran del taita de ella, no los usaba desde los años 70. A mi me cayeron como pedrada en ojo e boticario, porque yo tenía jodío un ojo que no veía muy bien. Pero ella dejó esta revista, y me puse a echarle un ojo: aquí están unas fotos de lo que ella llamaba jinster y lo que son es una cuerda e’ maricos. Se visten con un poco de cosas como si fueran unos indigentes del llano, sí; pero lo que hacen es escuchar todo el día un guachiguachi y trabajar en una agencia de publicidad. Maricas todos” manifestó el señor Jairo, sin saber que había gente en Caracas que pagaría una verdadera fortuna por comprarle la franela, luego de echarle accidentalmente un escupitajo de chimó.

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