Una semana antes, el pequeño Guillermo se encontraba en el salón de clases cuando Jorge, su mejor amigo, le reveló lo que ya venía sospechando desde hace meses: que el famoso ratón que le cambiaba sus dientes de leche por dinero era en realidad sus papás. “Yo me lo imaginé. No tenía sentido que un ratón entrara a la casa y me dejara dinero debajo de la almohada. ¿Habiendo visto como se pone mi mamá con las cucarachas y las chiripas iba a creerme ese dulce cuento de un ratón? Además, ¿de dónde saca dinero este fulano Ratón? ¿Cuál es su modelo de negocios? Porque así no había rentabilidad en ningún lado. Menos mal que Jorge me aclaró todo, que son mis padres los que hacían todo eso. Allí entendí dos cosas sobre la mentira. Primero, que mis padres de vez en cuando dicen mentiritas para darme felicidad y segundo, si yo sigo la mentira, voy a seguir consiguiendo dinero. ¡Qué fino!” exclamó el niño Ruiz mientras se aflojaba a golpes otro diente.

Guillermo también aseguró que aprovechará esta enseñanza para seguir consiguiendo cosas. “En Navidad haré lo mismo, tengo que mantener mi mentira el mayor tiempo posible, así voy a poder pedir más y más regalos al niño Jesús. Lo mismo con los canales de televisión. Mis papás creen que no sé usar el decodificador del televisor, pero ya aprendí y a veces pongo HBO que se ven algunas teticas ¿Cómo voy a renunciar a estos beneficios que gané a punta de mentiras? ¿ah?”