Desconocidos en la cola del Saime empiezan a organizar el Amigo Secreto de diciembre

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Desconocidos en la cola del Saime empiezan a organizar el Amigo Secreto de diciembre

Dicen que las mejores amistades surgen de los momentos más inesperados. Esta frase tuvo más vigencia que nunca hoy cuando un grupo de total desconocidos se convirtió en grandes amigos luego de pasar horas bajo el sol esperando sacarse sus cédulas en la cola del SAIME. La amistad escaló a tal punto que los recién conocidos empezaron a organizar su Amigo Secreto de diciembre a las 9 horas de haberse conocido.

Gladys Zambrano, una de las señoras que esperaba en la cola —ya no recordaba si era por la cédula o el pasaporte— se encargó de hablar por horas con quienes la rodeaban, hasta que se consolidaron grandes amistades, de esas que son para toda la vida: “¡Ay, gracias Dios mío por mandarme esta belleza de gente! ¡Imagínate tú que hasta Amigo Secreto y todo ya cuadramos! Y yo que cuando llegué aquí, como a las 3 AM, pensé que iba a tener que calarme esta cola yo solita, porque mis hijos ya no me quieren acompañar ni a la esquina. Pero estas personas que conocí aquí, mis nuevos amigos de verdad verdad, me hicieron la espera más amena. Me atrevo a decir que son mejores que mis hijos, de verdad. Ojalá mis hijos fueran como ellos. Bueno te cuento que uno se aburre tantas horas esperando a que la colita se mueva, o que griten tu nombre o que griten que se cayó el sistema, que uno se pone a hablar con quien pueda. Claro, eso mismo hice pero ahuyenté a unas cuantas personas hasta que di con Edimar, Rogelio, Carmela y Felipe. ¡Qué maravilla de personas! Mira, aquí estamos el grupete cuadrando quién va al kiosco ahorita a comprar chucherías y haciendo los papelitos para sacar los nombres de quién le toca a quién en Amigo Secreto. En principio esperamos que el compartir lo podamos hacer en casa de Carmela, pero si por casualidad este diciembre seguimos aquí ya cuadramos para cuidarnos los puestos, ir a buscar unas sillas, un pan de jamón y una ensalada de gallina y hacemos el intercambio aquí mismo”, concluyó la señora Gladys, mientras se quejaba de una tortícolis que tenía de tanto estirar el cuello para ver dónde comenzaba la fila.

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